DE TEROS Y SOBERANÍA ENERGÉTICA
El reciente anuncio del Gobierno Nacional sobre el lanzamiento de un denominado “Plan Nuclear” es suficientemente vago como para sospechar que se trató de una declaración que se propagandizó antes de definir completamente qué se iba a decir. Y que luego, ante la falta de definiciones realmente significativas, tuvo que ser lavado hasta la intrascendencia. Solo sabemos que van a formar una Comisión, garantía, para Perón, de que la cosa no se va a hacer.
Pero el anuncio provocó una profusión inusual de comentarios, análisis y opiniones.
Buena parte de estos análisis giran alrededor de una previsible paralización del proyecto de reactor “SMR” nacional “CAREM”.
Se discute si el CAREM tiene las características de un reactor Modular y Pequeño, (SMR, por sus siglas en inglés), si tiene o no posibilidades de comercialización y, del otro lado, si la cancelación del proyecto significaría un golpe letal a la posibilidad de soberanía nuclear lo que, en un entorno de lucha contra el cambio climático, significaría un golpe letal para la soberanía energética en el mediano y largo plazo.
CAREM-25. Un prototipo de reactor SMR
Pero no se está discutiendo que, al mismo tiempo, se está dejando morir, por jubilación y muerte del personal especializado, a un proyecto largamente probado que sí significa la preservación de esa soberanía energética nuclear: La capacidad de fabricar las partes nucleares, e íntegramente el combustible de reactores CANDU, de uranio natural y agua pesada. Ni que también se está dejando morir la Planta Industrial de Agua Pesada (PIAP) de Arroyito, que fabrica esa sustancia esencial para la generación nucleoeléctrica con esa tecnología. Planta que es una de las dos más grandes del mundo y cuyo producto, entre otras cosas, es necesario para mantener en funcionamiento las tres centrales que ya tenemos – y que ya casi no se consigue importar.
Cualquier criollo podría ver en este asunto la táctica del tero. Por si algún extranjero no la conoce: Pegar el grito en un lado porque los huevos están en otro.
No parece conveniente sumarse a la tendencia que nos sugiere esta táctica.
Resulta que el CAREM, cuyo diseño generaría 27 MW eléctricos (el CANDU que ya sabemos hacer puede generar 600 MW eléctricos) es el proyecto más avanzado entre los SMR del mundo. Esto es así porque los otros SMR que ya están funcionando son, o reactores navales rusos adaptados para generar energía desde un barco conectándolo a la red de una ciudad costera, o un reactor ultranovedoso chino muy interesante, pero que no conozco que tenga ningún estudio serio de competitividad económica realizado. O algunos reactores de unos 300 MW que se parecen demasiado a los primeros reactores nucleares comerciales – de la generación de Atucha I (hoy 380 MWe) - para ser considerados SMR “de raza”.
Pero lo más importante en este asunto es que el CAREM funciona con uranio enriquecido, y la Argentina no tiene ninguna instalación industrial de enriquecimiento de uranio. La planta de Pilcaniyeu, con todo el valor estratégico que tiene, opera con una tecnología antigua, 10 veces más cara en energía que la moderna, llamada “por centrifugación”. Además, tiene una escala apenas de demostración, fue parada por el gobierno de Macri y no sabemos en qué estado está en este momento.
Es decir, para hacer andar al CAREM hace falta comprar el servicio de enriquecimiento a otro país. Argentina no puede, por sí sola, garantizar la provisión del combustible.
Es cierto que EEUU recurre, aún hoy, a Rusia, para proveerse de parte del servicio de enriquecimiento que exigen sus centrales, pero, por supuesto, sí dispone de la tecnología necesaria y puede implementarla si lo necesita. Aún en las actuales circunstancias, Rusia y EEUU mantienen esa relación, mutuamente conveniente.
A la fecha, nunca he conseguido que los férreos defensores del CAREM me expliquen cómo piensan que puede solucionarse este problema, y me dejen satisfecho. Ojalá esta nota abra esta discusión.
El valor del CAREM (que lo tiene, y es extraordinario) radica en el aprendizaje realizado por el sistema nuclear argentino, de diseñar y fabricar un reactor desde primeros principios. Esto le permitirá replantear el módulo comercial, de 130 o 150 MW con las modificaciones necesarias que lo hagan competitivo y cumpla con los requisitos de un SMR. Este aprendizaje está depositado, sobre todo, en el personal de CNEA involucrado en el proyecto que, en la actual coyuntura salarial, y debido a la política libertaria, está emigrando a velocidad creciente. Acá radica, a mi juicio, el daño más grave que el Mileísmo le está haciendo a la soberanía nacional y, con ello, a las generaciones futuras.
La paralización del CAREM significaría un grave daño al desarrollo nuclear nacional, pero el proyecto no significa una garantía para la soberanía energética nuclear.
No hasta que no tengamos una capacidad, por lo menos, semi industrial de enriquecimiento de uranio.
Y una iniciativa de este tipo no será posible sin armarse de una especial armadura de, digamos, paciencia. Las potencias nucleares, asociadas en el Nuclear Suppliers Group (Grupo de Proveedores Nucleares), ejercen desde esa institución fuertes presiones, en principio políticas, para evitar la existencia de nuevas capacidades de enriquecimiento. Lo hacen en nombre de la no proliferación de armas nucleares, pero la movida tiene una obvia proyección en las posibilidades de soberanía para los países que poseen, o aspiran a poseer, reactores nucleares que trabajan con esa tecnología.
Por otra parte, un brusco cambio de la política nuclear canadiense nos abre una oportunidad especialmente atractiva: Luego de 30 años sin nuevas máquinas, Canadá (en realidad la provincia de Ontario) está lanzando un plan para construir 6.000 MW CANDU, esto es, 10 centrales Candu 6, como la que Argentina tiene en Embalse con las actualizaciones de seguridad necesarias, o 6 CANDU 10, de 1.000 MW, que están diseñando.